«Bombas, bombas, qué pasa.» Unas ideas sobre un tebeo antiguo de los Vengadores.

Un grupo de terroristas autoproclamados «Las Bombas Vivientes» que han decidido unilateralmente que el amor entre una mutante y un androide es un insulto a Dios y al pueblo realizan la firme propuesta de inmolarse junto a ellos antes de que sea demasiado tarde. Con fecha de julio de 1973 y firmado por un Steve Englehart que no llevaba aun ni un año al cargo de los guiones de la colección pero que aquí lograría su primera cima, Avengers #113 resulta una maravilla pop escrita al viejo estilo grandilocuente de la compañía y cargada de subtexto, conciencia y metáforas obvias. En poco más de una veintena de páginas unos Vengadores que no entienden nada deberán vencer a estas caricaturas camp del terrorismo extremista más aterrador, suicidas que hablan del amor entre La Bruja Escarlata y La Visión en términos de «peligro político» debido a los precedentes legales que podría suponer y que por muy ridículos que parezcan, si se aprietan el botón que tienen en la cabeza, matan.

2478963-avengers113

Una Pietà sacrílega (gracias Manolo Heras por el apunte)

Partimos de la base de que los tebeos de superhéroes proponen la existencia del bien y el mal hechos carne dándose unos puños y a partir de ahí construyen una lógica propia. Así, en un universo donde prácticamente todo puede tener representación antropomórfica, cada gesto evoca un discurso. Para 1972 en Marvel, el discurso abstracto y mitológico estaba bastante recorrido (los 4 Fantásticos ya se habían enfrentado a Dios en 1966) pero la realidad más mundana aun tenía cuentas pendientes. Si, ya había precedentes en lo de reflejar la actualidad, pero eran precedentes tibios que se contentaban con mostrar superficialmente lo coetáneo pero sin ofender a nadie: esa primera versión de la Patrulla-X donde «mutante» significaba «adolescente» o decenas de historias con el superhéroe de turno (blanco, varón, hetero, licenciado) siendo testigo del sufrir del colectivo ajeno. Será precisamente Englehart, figura paradigmática del guionista concienciado de los 70, el que comprenderá la facilidad con la que el tebeo de superhéroes puede fagocitar la realidad social y ser capaz de exponerla magnificada, colorida y ridícula, para después discutirla en términos simbólicos. Así, en esta historia decide eliminar al habitual supervillano/sociedad secreta/ente cósmico por un grupo reducido de ciudadanos «normales» (cutres, el tono es definitorio) que ni siquiera representan el sentir general pero aun así están dispuestos a morir por asesinar a los que consideran inmorales entre la comunidad superheroica. Englehart coloca a los héroes como el colectivo atacado, deformando la estructura habitual al escribir vengadores atónitos al enfrentarse a enemigos cuyo única motivación es el sentimiento de odio. Las virtudes del héroe no importan a estos individuos, que, en la eterna lucha del bien contra el mal han escogido sacrificarse junto a sus mitos salvadores por una cuestión de prejuicio.

tumblr_nlr3yyls0S1u0efz9o1_1280

Pero esta no es la única subversión estructural que Englehart escribe en el tebeo. Resulta impactante desde su portada la inversión de roles de género tan poco habitual, donde una Bruja Escarlata airada clama venganza ante su novio herido. Si bien Roy Thomas -predecesor de Englehart- ya había planteado timidamente que la relación entre estos dos personajes no funcionaría según el estándar de los cánones culturales, no será hasta Englehart que ambos se reafirmen como iconos de «lo diferente», un tipo de diferencia adulta y con reflexiones autoconscientes de su problemática que crearía la base que años después relanzaría con éxito a la Patrulla-X. La Bruja Escarlata: mujer, gitana, mutante y bruja. Creada con todos los estigmas de odio del hombre blanco anglosajón y protestante (uno más si se realiza la asociación de su nombre con «La letra escarlata«). Villana reformada de padre ausente y hermano dominante en un mundo que la odia y la teme bastante más que a sus compañeros de aventuras (resulta descorazonador analizar incluso como la han odiado y temido determinados guionistas en los últimos tiempos), Wanda Maximoff ha sido siempre un personaje susceptible de múltiples lecturas sociopolíticas y cambios biográficos en función del pensamiento imperante, una especie de «termometro de progresión cultural». Culminará este tebeo Englehart como empezó en su portada, con Wanda clamando al cielo: «Digo que La Visión es un héroe.. ¡Ha contribuido a salvar este podrido planeta una y otra vez! ¡Más aún, es el mejor hombre que he conocido! ¡Pero esos humanos lo consideraron una amenaza! ¡¡¡Una amenaza!!! Hasta mi propio hermano mutante lo odia… ¡Cuando debería saber, mejor que nadie, cómo es La Visión! ¡Muy bien! ¡Si tenemos que ser los dos contra el mundo así será! ¡Pero ten cuidado mundo!«. Muy jugoso el soliloquio: La Bruja Escarlata, una de las primeras representaciones del feminismo de Marvel considera «el mejor hombre que ha conocido» a La Visión, un sintezoide que se cuestiona su identidad, sus ininteligibles emociones y su rol en el siglo XX como medio de trascender a su programación inicial. La Visión como prohombre más-humano-que-los-humanos precisamente por su constante búsqueda de la humanidad resulta para La Bruja Escarlata una tabula rasa de prejuicio cultural que forma una metáfora que no podría ser más clara ni si tuviera neones.

tumblr_nlr40guRnI1u0efz9o1_1280

Hay un tercer detalle que corona esta historia y que personalmente me vuelve loco: en un momento dado del clímax final, con varios Bombas vivientes con sus pistolas aturdidoras y sus ganas de explotar, Pantera negra piensa para si mismo mientras esquiva y ataca: «¡Ese hombre es un demagogo! ¡Basa sus argumentos en premisas ilógicas! Todas sus conclusiones son erróneas… ¡Por eso es enemigo natural de la Visión!» pero antes de que pueda finalizar su movimiento es alcanzado por un rayo, a lo que Pantera grita: «¡He malgastado mucho tiempo filosofando!«. Esta escena es una triple genialidad por parte de Steve Englehart. En primer lugar, cualquier lector habitual de Marvel conoce la convención por la cual todo héroe puede tener pensamientos larguísimos mientras realiza cualquier acción arriesgada e inmediata, así, con esta ruptura de ritmo se crea una broma postmoderna que tambalea los cimientos del lector habitual. En segundo lugar Englehart demuestra al mismo tiempo su conciencia política, hay que actuar contra los intolerantes, no quedarse parado pensando hasta llevarse el rayazo aturdidor. Por último, Englehart parece querer dar una lección al medio, tras haber convertido la realidad social en metáfora argumental y haber implicado directamente al héroe de ella, quizá sea hora de dejar la sobreexposición y encajar el discurso en otros sitios menos obvios y más festivos. De cualquier manera, con esta ruptura formal, esta declaración de intenciones de «el mensaje está en la forma», esos diálogos brillantes y los lápices de Bob Brown, probablemente Avengers #113 sea el tebeo que dio el pistoletazo de salida al cambio de guardia que iba a experimentar Marvel en los 70.